martes, 14 de octubre de 2014

UNAS PALABRAS

CONSEJERÍA



La vida está llena de retos y conflictos. Solamente el hecho de levantarnos de la cama es un enorme compromiso con nosotros y con la humanidad. Porque en estos sagrados tiempos en los cuales nos ha tocado vivir, tiempos de velocidad vertiginosa y rápidas comunicaciones, la vida como era conocida por nuestros ancestros ya no es la misma. Por todos lados vemos escenas de crimen, pestes, guerras, religiones, conceptos, teorías inexplicables y un sinnúmero de extravagancias, con las que nos toca lidiar, sino frente a frente, al menos mentalmente. Esta clase de cosas sucediendo a nuestro alrededor nos mueven hacia el inconformismo, el miedo desmesurado, la inestabilidad síquica, el nerviosismo y una falta de seguridad personal que raya en la esquizofrenia.  Por ello no es raro ver a mucha gente –jóvenes y adultos, hombres y mujeres, blancos, negros o mestizos, ingleses, franceses, latinos o españoles- perdida entre la maraña de situaciones lamentables  que las empujan a desconfiar de todo y de todos.

A mi Clínica del Alma llegó un jovencito con problemas en sus estudios. A pesar de ser alguien con suma capacidad intelectual, estaba a punto de perder su carrera y esto lo tenía completamente nervioso y afligido. Sus padres habían gastado una fortuna en él con el fin de sacarlo de la mediocridad por medio de la consecución de su título de abogado, pero él se descuidó de sus estudios y estaba a punto de perder la oportunidad de graduarse. Estaba pasando por un grave conflicto en el que se mezclaban: su alto coeficiente intelectual, su deseo de agradar a sus padres y las malas compañías.



Sucede que las personas con una inteligencia privilegiada muchas veces se pierden en al camino por su exacerbada imaginación y la falta de interés en las clases. Como todo les resulta más fácil que a sus compañeros de estudios descuidan la disciplina y por ello se ven en problemas a la hora de llegar a la universidad, donde los métodos de estudio son distintos a los de la secundaria, y por su exceso de confianza quedan rezagados en las pruebas. Si a esto añadimos que Carlos (seudónimo) no poseía las cualidades necesarias para cursar estudios de notariado, pues era un gran matemático, pero para estar bien con su padre, quien era un prominente abogado de su comunidad, estudiaba la carrera de leyes a regañadientes, lo que representaba un gran obstáculo para él. Por otro lado, conoció a algunos compañeros de clase, los cuales estaban más concentrados en hacer dinero fácil más que en estudiar, para lo cual se dedicaban a vender drogas y estimulantes, y Carlos cayó en la trampa. Todo esto unido provocó que Carlos se volviera negligente y descuidado, llevándolo a un estado de culpabilidad y vacuidad donde lo único que importaba era la dosis diaria de drogas que consumía. No es difícil prever el desenlace de aquel estado de cosas.

Cuando lo vi y escuché sus problemas sentí que mi deber era ayudar a aquel muchacho hundido en la desesperanza. Le indique los pasos a seguir: en primer lugar era necesario hablar con sus padres sobre la indebida presión que ejercían sobre su hijo; en segundo lugar, era necesario que Carlos y sus padres recibieran ayuda sicológica para enfrentar el problema que no querían reconocer; y por último, el joven debía someterse a un tratamiento de desintoxicación en una clínica especializada y además, debía visitar la iglesia.

No fue sencillo explicar a los padres de Carlos el derecho de su hijo a escoger la carrera de su agrado, ya que su padre más que su madre pretendía, obcecadamente, que su hijo continuará y culminará sus estudios en la facultad de leyes. Su argumento era que si su abuelo y su padre eran abogados, pues él también debía serlo. Falacia que muchos padres sostienen hoy en día. Al final, y viendo el estado de dependencia de Carlos a la droga,  tuvieron que aceptar el error de su apreciación. Esto ayudo bastante al muchacho. De igual manera, fue increíble la oposición de su madre a visitar un sicólogo, con el juicio de que sólo los locos necesitan del profesional. Esta fue otra de las batallas a las que se tuvo que enfrentar Carlos, y al final accedieron a ir al especialista. Pero lo más difícil estaba por venir. El internamiento en una clínica para la desintoxicación y la asistencia a las misas chocó con la incredulidad de su papá y los temores del qué dirán los amigos si aceptan tener un hijo adicto. Lo primero, para romper con esta oposición, fue emplear un té de menta y manzanilla para ir preparando el organismo a la abstinencia. Con la receta que yo les di, ellos pudieron comprar las plantas donde el naturista y la infusión no sólo ayudó a Carlos sino también a sus padres que sufrían de problemas nerviosos heredados. Luego de algunas sesiones, oraciones e infusiones, al fin pudo Carlos aceptar su problema y recibir ayuda espiritual y sicológica para enfrentar su adicción.

Hoy, Carlos, estudia ingeniería en sistemas, dejó las drogas y todo a vuelto a la santa paz y normalidad en su casa. Gracias a que la familia permitió recibir ayuda, las cosas marchan bien en su hogar.



Yeni Lay


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