El I Ching: El Libro de las Mutaciones
Para dar forma a los 64
hexagramas del I Ching, Fu Hsi analizó las variaciones y movimientos del
universo, sus interrelaciones y las regularidades que tales fenómenos
presentaban. A través de la comprensión de las leyes que regían dichas
regularidades Fu Hsi llegó al origen de aquello que en occidente denominamos
Destino.
La escritura no existía en los
tiempos de Fu Hsi. Sus conocimientos y descubrimientos fueron transmitidos de
generación en generación, por un período de más de diez siglos. En la época que
surge la escritura en China, recibieron su primera versión documental. Pasaron
más de dos mil años y durante ese tiempo tales conocimientos, ya denominados I
Ching, florecieron.
En el siglo XII AC reinó en la
China el tirano Chou Shin, el útimo Emperador de la dinastía Shang. Chou Shin
fue un gobernante despótico y cruel. En esa época también vivió un hombre
llamadoWên, un erudito estudioso del I Ching, que gobernaba una pequeña
provincia en área remota en el oeste de la China. Wên regía su gobierno por los
principios del I Ching y era amado y respetado.
Cuando el pueblo finalmente se
rebeló contra el tirano Chou Shin, Wên fue llamado a liderar la insurrección,
quien rehusó alegando la necesidad de actuar en el marco de las leyes. Chou
Shin, temeroso del prestigio e influencia de Wên, mandó hacerlo prisionero.
Este último, encarcelado, se mantuvo con vida gracias a su gran popularidad.
Durante el año de 1143 a.C en que
estuvo confinado, Wên se dedicó al uso y estudio del I Ching. En ese entonces
existían dos versiones del I Ching - Lien Sah y Gai Tsen. Durante su reclusión
Wên reinterpretó los nombres de los Kua y otras partes del libro. Él también
cambió el orden de los Kua establecido por Fu Hsi, dándoles el ordenamiento vigente
en la actualidad.
No hay una respuesta directa a
esa pregunta. Un famoso escritor contemporáneo (Norman Mailer), preguntado
sobre si creía en la vida después de la muerte dijo que prefería no responder
pues este era un asunto en el cual se sentiría igualmente bobo pronunciándose
afirmativa o negativamente. El I Ching está en esta categoría de asuntos.
Una eminencia occidental, el
psicoanalista Carl G.Jung, manifestó públicamente su creencia en los vaticinios
del I Ching (e hizo uso de éste durante toda su vida). El matemático Leibniz se
dedicó a estudiar los hexagramas de Fu Hsi en los cuales juzgó encontrar
similaridades con el sistema binario que había descubierto y que hoy es usado
por los ordenadores modernos.
Freud y su grupo condenaban a
Jung y Reich por su misticismo; sin embargo Abraham, uno de los más próximos a
Freud, estando gravemente enfermo se operó con Fliess, igualmente místico,
quien determinó el día más favorable al acto quirúrgico a través de implausibles
cálculos del ritmo universal, a la manera de un astrólogo.
Muchos atribuyen valor al Libro;
otros tantos lo juzgan un mero libro de adivinaciones. No importa. Hay muchas
formas de ver el I Ching.
Se puede creer en su valor
absoluto, intrínseco; es posible, como Jung, creer que éste tiene el poder de
traer desde la profundidad del inconsciente hacia la superficie de la mente el
dispositivo que nos permite visualizar un problema en sus reales dimensiones y
deducir los medios de tratarlo; o se puede, finalmente, ver el libro en su otra
faceta: no sólo un oráculo sino también un libro de cultura y sabiduría
cristalizadas a lo largo de 40 siglos. Edad por lo menos dos veces mayor que la
del gran libro sagrado occidental: la Biblia.
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